lunes, 2 de julio de 2012

La neurosis obsesiva en el arte y la literatura


La neurosis obsesiva, además de una estructura psíquica (es decir, de una determinada posición subjetiva ante el mundo) puede llegar a constituir una afección cuyos síntomas son la expresión de un conflicto psíquico que tiene sus raíces en la historia infantil del sujeto. Los síntomas de la neurosis obsesiva pueden expresarse mediante pensamientos obsesivos, compulsiones, ritos, etc
Freud señala que la formación del carácter en el obsesivo se encuentra determinada por el erotismo anal y, en concreto, por la regresión y fijación a pulsiones sádico-anales. Freud da como característico de la neurosis obsesiva una tríada de rasgos de carácter que serían la sublimación del erotismo anal:

 - Ser ordenados.
 - Ser económicos (llegando a la avaricia).
 - Ser tenaces (obstinados).

 El cine y la literatura nos muestran múltiples ejemplos de neuróticos obsesivos. Jack Nicholson, por ejemplo, es el obsesivo protagonista de Mejor, Imposible. Uno de los casos literarios más extremados de neurosis obsesiva nos lo muestra Leon Bloy en su relato “La religión del señor Pleur”. Este relato se incluye en el libro Cuentos Descorteses de Ediciones Siruela, prologado y traducido por Jorge Luis Borges. En las siguientes líneas comprobamos como el anciano señor Pleur (que esconde un gran secreto, revelado al final del relato) lleva hasta el extremo los rasgos de economía y tenacidad propios de la neurosis obsesiva:

                                                   
 
"Lo único que parecía cierto es que este andrajoso espantable poseía una casa de elevadas rentas en uno u otro de los grandes barrios exteriores. No se sabía con exactitud. Quizá poseía varias. La leyenda quería que durmiera en un antro oscuro, bajo la escalera de servicio, entre la columna de descarga de las letrinas y la casilla del portero, para quien esa vecindad era digna de un idiota. Sus recibos de alquiler eran, me dijeron, confeccionados, para economizar, con pedazos de carteles callejeros, y algunos inquilinos emprendedores los revendían a coleccionistas astutos.

Se contaba también la historia, que llegó a ser famosa, de una sopa fantástica calentada regularmente la noche del domingo y que habría de alimentarlo toda la semana. Para no quemar carbón, la tomaba fría los seis días siguientes. Desde el martes, naturalmente, esa sustancia alimenticia comenzaba a ponerse fétida. Entonces con las reverenciales maneras de un sacerdote que abre el tabernáculo, tomaba, de un pequeño armario embutido en la pared y que debía contener extraños papeles, una botella de ron muy viejo, con toda probabilidad recuperada de algún naufragio.

Vertía unas pocas gotas en un vaso minúsculo y se fortificaba con la esperanza de saborearlas poco después de haber tragado su cataplasma.

Una vez terminada la operación decía:

- Ahora que has tomado tu sopa, no tendrás tu vasito de ron.

Y, con toda deslealtad, volvía a volcar en la botella el precioso líquido. Recomendable delicadeza que se repetía continuamente, desde hacía treinta o cuarenta años."

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